Creamos una ambiente de silencio, con una luz tenue, mejor unas velas, y música de ambiente instrumental de Taizé para los momentos de silencio e interiorización, que nos lleve al recogimiento, a la reflexión, a la escucha de la Palabra de Dios, al diálogo con Él.

 

CANTO: “No adoréis a nadie, a nadie más que a ÉL”

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

 

ORACIÓN:

Hoy el silencio es oración y queremos abrir nuestro corazón hasta lo más profundo, ayúdanos Señor, también allí dónde están nuestros miedos, nuestros pesares…lo más íntimo de nosotros, queremos acercarnos a ti con humildad y sosiego. Queremos Señor compartir contigo nuestras tinieblas, pedirte perdón y darte gracias. Ablanda nuestros corazones y llénalos de ternura, misericordia y debilidad. Aquí estamos para acompañarte y estar contigo en la hora más difícil de tu vida, necesitamos de tus fuerzas. Escucharte de corazón a corazón como lo hacen los mejores amigos, necesitamos llenarnos de amor, alegría y paz, necesitamos esa paz que tú sólo nos puedes dar, la paz verdadera, esa paz que el mundo no nos puede dar.

 

MONICIÓN:

Jesús vive unos momentos intensos, en su noche de entrega,  en su hora difícil, en su lucha, en su agonía, y sobre todo en su soledad. Esta noche todos nosotros somos Getsemaní, Cristo está aquí y nosotros también para agradecerle su entrega y su amor en el Pan y en el Vino.

 

Leemos el salmo: 22, 1-11

 

El día de la entrega como alimento

Cristo se entrega para salvarnos. Nos ha dejado la cena… En la cena del cenáculo, Cristo se hace pan y se entrega al hambre de los hombres, se hace presencia cotidiana y se entrega bajo el signo del Pan, para colmar la soledad de los suyos. La Eucaristía es precisamente un entregarse, un ponerse en las manos de los otros. Cristo no se pertenece, no defiende sus privilegios divinos. Se hace don, se abandona, para que  todos puedan disponer de Él.

 

“Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros…” (I Corintios 11, 24)

Soy yo mismo que me entrego a vuestra disposición, por amor. Él sabía perfectamente que ese cuerpo sería traicionado y herido, comulgar de ese cuerpo significa recibir todo lo que ese “cuerpo”  ha padecido. Es verdad, que también es un “cuerpo”  glorioso, porque la resurrección manifestará que el amor consigue la victoria sobre la traición, la violencia y los insultos.

 

» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (I Corintios 11, 26).

Comulgar de ese “cuerpo” significará para la comunidad cristiana, asimilar su fuerza de amor y su capacidad de perdón. Tender la mano a ese pan significa reconocerse débiles y necesitados y acercar los labios a ese cáliz significa admitir que tenemos necesidad de purificarnos.

No se puede entender el significado de la eucaristía y cerrarse en el egoísmo. Participar en el banquete eucarístico representa un ineludible compromiso de estar presentes en cualquier lugar donde el Hombre sufre, sentir la presencia de Jesús, sentado en nuestra mesa y comulgar  de su presencia dinámica. La eucaristía no “es estar con  él”, sino “dejarse llevar con él”, no es “tener” sino “darse”.

(Damos unos minutos de silencio)

 

 

ORACIÓN:

Ayúdanos Señor, a creer y sentir tu presencia real, esa presencia tranquilizadora, relajante y cercana que nos lleve a “perder” nuestra vida, a comulgar con el sufrimiento del mundo. Queremos sentarnos en tu mesa y compartir tu alimento no porque somos mejores, ni más virtuosos, sino porque somos culpables y pecadores,  perdonados por tu misericordia.

Queremos sentarnos en tu mesa no porque somos mejores, ni lo merecemos, sino porque somos desgraciados y aceptamos transformarnos, limpiarnos de nuevo, rehacernos y  reconocer que sin ti no somos nada.

Queremos sentarnos en tu mesa no porque tengamos más derecho… sino más necesidad.

 

EL DÍA DE LA ENTREGA POR EL SERVICIO A LOS DEMÁS:

“…Los amó hasta el extremo” (Juan 13, 1)

El amor de Cristo no permanece secreto, ni impenetrable, se revela, se declara, se descubre. Jesús se entrega en su amor más profundo a los hombres.

Pensemos en los discursos de despedida en la cena, llenos de angustiosa ternura, a pesar de lo dramático de la hora. Discursos llenos de cariño y amargura, confianza y quejas, cercanía e incomprensión, humildad y presunción, luz y oscuridad.

“¿Señor lavarme los pies tú a mi?” (Juan 13,6)

El jueves santo quizás sea eso, Él que una vez más se pone totalmente en nuestras manos,  unas manos consagradas para el servicio, en esas manos en las que encontramos un jarro de agua, una palangana y una toalla, sus manos no hacen ningún prodigio especial sino ponerse una toalla a la cintura y lavar los pies de sus discípulos, aquellos pies que habrían de caminar por los caminos del mundo a llevar la “buena nueva”. Por tanto, unos pies lavados de antemano en previsión del cansancio, del polvo y del barro que habrían de recoger, unos pies consagrados con vistas al “anuncio”. ¿Cuándo comprenderemos que es el servicio lo que nos purifica?  ¿Cuándo nos daremos cuenta de que lo que “dejó hecho” es algo que “hay que hacer”. “Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros”(Juan 13, 12).

(Damos unos minutos de silencio)

 

ORACIÓN:

Ayúdanos Señor en la pequeñez y no en la grandeza,

en el servicio y no en la conquista,

en la entrega desinteresada y no en los honores y privilegios,

En la presencia discreta y no en ocupar un poder,

En la esperanza tenaz, en la debilidad.

Ayúdanos Señor, sobre todo cuando estamos perdidos y solitarios,

Queremos serte fiel,

 

Leemos Evangelio de San Marcos 14, 32-42

 

EL DÍA DE LA ENTREGA POR AMOR:

Ahora llega el momento de pararnos a pensar en lo que sintió Jesús pensando en su pasión. Cuando apenas contamos a alguien o imaginamos nuestro sufrimiento, es algo terrible. Jesús llora y se estremece ante la perspectiva de la muerte, siente angustia, ruega y suplica librarse de esa prueba, grita y derrama lágrimas ardientes. Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de su muerte, Jesús no actúa como un héroe, es un hijo obediente que rechaza la parte del héroe que nosotros le atribuimos, Él se manifiesta como un hermano, cercano a nosotros, uno que siente nuestros mismos temores, que pasa a través de nuestros mismos miedos. En Getsemaní se presenta débil, frágil, temeroso, indefenso, perdido, inseguro, como esposado por la prueba que aún  ha de llegar, aplastado bajo el peso de esa cruz, que aún no lleva encima, pero que resulta insoportable sólo con pensarlo.  Jesús sabía que llegaba su hora y se siente solo. En Getsemaní uno de los elementos fundamentales es la soledad. Todo el camino por el huerto es un progresivo internarse en la soledad, esa soledad que tocará la cima más profunda en la cruz, cuando el Hijo se sentirá abandonado también por el Padre. En Getsemaní la soledad aparece sobre todo en relación con los que tenía cerca, los Apóstoles y que poco antes le juraron que no le abandonarían. Jesús se aparta de los tres amigos, de sus tres Apóstoles amados, necesita soledad, necesita de ese encuentro con su Padre, tiene que estar un poco a distancia, como indicando que frente al sufrimiento del hombre, existe un umbral que no puede ser franqueado ni siquiera por el amigo más íntimo. Nadie, aún animado por las mejores intenciones, logra adentrarse hasta nuestra peor angustia, ni debe hacerlo. El territorio íntimo y profundo de cada uno siempre tiene que tener una distancia que ha de ser respetada. Podemos participar, ayudar, consolar, y sobre todo acompañar, porque nadie, absolutamente nadie, puede captar totalmente el sufrimiento del otro, Eso es lo que quiso Jesús, acompañamiento en esa hora, estar junto a Él, y rezar.  Jesús en su calvario, su boca emitía gritos, gritos de dolor, quizás eran momentos de darnos respuestas, a tantas preguntas que nos hacemos… pero esas respuestas tenemos que vivirlas cada uno de nosotros. De sus labios en aquellos momentos sólo salían preguntas terribles, empezando por la más perturbadora: ¿Por qué me has abandonado? Y grita a su Padre: Abba, como un niño indefenso cuando necesita de sus padres, Abba expresa confianza, seguridad, pertenencia, pero sobre todo intimidad, su Padre que siempre está a su lado, al que le reza, le habla y le contesta… en estos momentos no está para salvarle, la gloria vendrá después.

La voz de Cristo acoge y expresa nuestra desesperación, nuestras protestas, nuestros tormentos y dudas y nuestras rebeliones. Por desgracia esos gritos no se han apagado todavía, sino que están continuamente alimentados por el desgarro de todos los torturados de la tierra.

Jesús nos enseña que frente al dolor,  hay una  necesidad de oración y que el dolor aceptado por amor se convierte en sacramento de fraternidad, en escuela de humanidad.

(Damos unos minutos de silencio)

 

ORACIÓN:

Señor ayúdanos a mirar con amor y a encontrarte, a fijar nuestro pensamiento y nuestro corazón en la bondad, en la misericordia y en la compasión. Ayúdanos a desvelar tu rostro en el del hermano, en el más débil, el más pobre, el más lejano. Ayúdanos a mirar con amor y sentir tu presencia en nuestro interior y comprobar tu entrega en cada persona, en cada vida. Ayúdanos a mirar y descubrirte en la misión, en el silencio, en el trabajo comunitario y en la fraternidad.

 

CANTO: “En mi debilidad”

 

 

SUSI CRUZ