Meditación ante el monumento.

Cuando Pedro dijo que no.

En esta noche de la fiesta del amor fraterno, vamos a orar recordando los actos de quienes, amando al Señor con todo su ser y siendo sus amigos más cercanos, le traicionaron en el extremo de su debilidad.

Jesús lo dio todo por ellos; se entregó hasta el límite de su amor, venciendo la resistencia humana a dejarse entero en manos del Señor y ampliando así las posibilidades de entrega de todos los que habríamos de seguirle.

Intentaremos ponernos en la piel de Pedro. Haremos el camino desde la primera negación  (“Aunque todos caigan, yo no”) hasta el llanto amargo del arrepentimiento que se siente después de abandonar al amigo que nos abrió nuevos horizontes y nos llevó más allá de las normas y los senderos trillados; más allá del ojo por ojo, más allá del cumplo-y-miento.

Aunque todos caigan, yo no

Jesús, amigo, estoy contigo en esta noche de sufrimiento. Estoy a tu lado y me siento fuerte. Mi fe es inmensa, mi fortaleza se nutre de la tuya y estoy seguro de poder seguirte a donde tú vayas. Sé que nada ni nadie me ha de desviar de tu camino, que no habrá fuerza capaz de apartarme de tu lado. Cuenta conmigo, Jesús, amigo. Cree en mí como yo creo ahora en mis fuerzas. Confía en mi amor como yo confío en el tuyo. No te abandonaré.

Aunque todos caigan, yo no voy a caer. Soy el elegido, el mejor de tus discípulos, el ejemplar, el fuerte.

Pero, Señor, ¿qué te hace mirarme con tanta lástima? ¿No crees que sea sincero, que mi determinación sea clara? ¿Por qué me hablas con tanta dureza? ¿De verdad me crees capaz de negarte?

Simón, ¿duermes?

Sí amigo, duermo. Duermo de fatiga y de agotamiento. Duermo y te falto, sintiendo que me conoces mejor que yo mismo. Porque mi fe sigue siendo la misma, pero algo tira de mí para satisfacer mi debilidad. Y mi orgullo, herido, se deleita en mi derrota. Porque no soy digno de ser tu elegido, ni casi de ser uno más del montón. Te estoy abandonando. Tanto como dije hace unas horas, y ahora no soy capaz ni de mantener mis ojos abiertos, mucho menos de sufrir contigo. Tenías razón. Mi espíritu es fuerte,  mi carne es débil. Ni la ambición de hacerme mejor que todos éstos que nos acompañan me ha sostenido en este momento de prueba. Me conoces desde el vientre de mi madre, y ni cambiándome el nombre, ni prometiéndome ser el puntal de tu Iglesia has conseguido hacer de mí una persona de confianza. Porque yo no he dejado a tu espíritu acampar en mi alma. Me he resistido a tu acción, he desdeñado tu misericordia.

También tú andabas con ellos

 Hay que ver, la tonta ésta, criada nada más, ¿quién se cree que es? ¿Cómo puede ponerme así en evidencia? ¿No ve que me va a meter en un lío? Andar con el Nazareno, pues sí, andaba. Pero… bueno, no tanto. En el fondo yo sabía que esto no podía acabar bien. Tenía que haberme distanciado a tiempo. Todo lo del Reino y eso, pues sí, parecía buena idea. Pero el mundo es como es, no le demos más vueltas. ¿Qué iban a cambiar doce pobres pescadores con un loco a la cabeza? Si es que no aprendo. Prudencia, Pedro, aún puedes salvar el pellejo. Si lo piensas bien, puedes sacar algo en limpio…

Ahí vuelve, la mentecata. ¿Qué es eso? ¿El gallo? Sí, el gallo ¿Cómo podía saber Jesús que yo…? Lo sabía, sí. Me conoce mejor que nadie. Porque me ama…

Y rompió a llorar…

Perdóname, te he fallado. Yo era el discípulo favorito. Era tu amigo, me creía el mejor. Dime qué hago ahora. Ya no hay nada que quiera ocultarte. Ahora conoces mis miserias y mis secretos: soy un fanfarrón. No ha hecho falta ni un tribunal, ni una amenaza de tortura. Una simple criada me ha destapado. Unas cuantas miradas acusadoras han podido conmigo y he negado conocerte, haberte seguido y ser de los tuyos.

Si tú me has dado la vida, la vida verdadera. Tú me has hecho ver más allá de la rutina, más allá de la ley, más allá de las reglas que garantizan el premio pero no la plenitud ni la felicidad. Me has hecho ver cómo de grande puede llegar a ser mi corazón, y yo te he pagado reduciéndolo hasta la medida de mi miedo y mi egoísmo…

No tengo remedio. Estoy en tus manos. Dependo de ti. Si tú quieres, yo puedo. Estoy dispuesto a volver a intentarlo. Procuraré presumir menos y trabajar más. Pensaré menos en mis fuerzas y más en confiar en ti. Seré de los tuyos, humildemente, con perseverancia, si tú aún me quieres…

Déjame ir contigo. Poco valgo, pero quiero servirte. Mi llanto es sincero…              A. Gonzalo