Introducción

En estos días tan especiales, desde tiempo inmemorial, el pueblo cristiano recuerda en su oración los pasos que siguió el Señor hasta dar la vida por nosotros. Es lo que llamamos el Via Crucis. Los apóstoles, los evangelistas, quisieron dejar en nuestra memoria una serie de acontecimientos ocurridos en tan sólo unas horas y que, puestos cronológicamente uno tras otro, son lo que llamamos la Pasión de Jesús. Tomando el evangelio según san Marcos, vamos a detenernos en aquellos momentos de la pasión que este evangelista considera más importantes. Tras el enunciado de cada estación, se recita la conocida fórmula de S. Francisco: “Te adoramos, Cristo, y te bendecimos…”

Primera estación: La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 7-10)

Jesús llega a Jerusalén para celebrar la Pascua. Pero en esta ocasión la Pascua será distinta a la de otros años: Él será el cordero sacrificado. Esta vez, la Pascua no será sólo celebrada: será realizada. El paso de la muerte a la vida. Pero para eso hay que entrar en Jerusalén. El recibimiento a Jesús en la ciudad santa evoca su entrada en el cielo, la nueva Jerusalén, como Rey de la Nueva Creación, una vez superada la muerte. Lo que sucederá al final es escenificado en el punto de arranque del camino de la cruz.

Segunda estación: Los jefes religiosos conspiran para matar a Jesús (Mc 14, 1-2)

La escaramuza con los vendedores en el Templo (c. 11), la prevención contra los maestros de la ley (c. 12), la parábola de los labradores homicidas (c. 12)… suponían la desautorización de los jefes religiosos por parte de Jesús. Ellos temieron perder su “status” frente al pueblo y deciden darle muerte. Aunque Jesús no ha terminado de revelarse aún, la paradoja consiste en que condenan a muerte al Hijo de Dios aquellos que ostentan la representación de Dios en la tierra. La condena precede al juicio.

Tercera estación: Judas, uno de los doce, entrega a Jesús (Mc 14, 10-11)

El grupo de los doce, que tiene que ser el punto de conexión entre la comunidad del Jesús terreno y la comunidad post-pascual, tampoco es perfecto. Su torpeza para comprender es llevada al extremo por la traición de Judas Iscariote. Es Judas quien toma la iniciativa de hablar con los jefes de los sacerdotes. Les puso fáciles las cosas y, quizá por eso, vencieron el temor a ejecutarlo durante la fiesta de la Pascua (14, 2).

Cuarta estación: Jesús instituye la Eucaristía en la cena de Pascua (Mc 14, 22-25)

Jesús cena con los doce al atardecer el día en que se sacrificaba el cordero pascual (14, 12). Nadie pregunta por qué ellos cenan un día antes que todo el mundo. Antes de entregarse en la cruz, Jesús se va a entregar a los suyos. Lo que Él hace ahora, lo harán los doce después de su resurrección. Su cuerpo entregado y su sangre derramada por todos son los signos de la nueva alianza que Jesús establece como cordero sacrificado.

Quinta estación: Jesús, abandonado por los discípulos en Getsemaní (Mc 14, 37-40)

La cruz no es sólo el patíbulo y el momento de la muerte. Son también otras situaciones en que el hombre experimenta el dolor. El abandono y la soledad son también momentos de cruz. Aquellos en los que Jesús se apoyaba, le dejan solo cuando más los necesita. No comparten la realidad de Jesús; ellos están en otra cosa y se les pasa por alto la necesidad que Jesús tiene de ellos. También ellos están forjando la cruz de Jesús.

Sexta estación: Jesús acepta el cáliz de la pasión (Mc 14, 35-36)

Sin duda, Jesús había descubierto que el sentido de su vida era hacer la voluntad del Padre. Y esa voluntad pasaba necesariamente por la fidelidad al hombre. Jesús siente su debilidad humana pero asume las consecuencias de su predicación y su actuación. Precisamente, esa coherencia personal hace creíble su mensaje. Getsemaní era un buen momento para escapar, pero Jesús decide ser fiel hasta el final y acepta el cáliz amargo.

Séptima estación: Jesús responde ante el sanedrín (Mc 14, 61-64)

En un juicio sumarísimo los sacerdotes buscan una confesión por parte de Jesús como excusa para condenarlo a la muerte. Jesús sólo abre la boca cuando el sumo sacerdote pregunta acerca de su filiación divina (revelación que tiene por objeto el evangelio de Marcos). El sanedrín no ha llegado a descubrir la verdad de Jesús. Su condena a muerte (contraria a la ley de Dios) sólo podrá ser ejecutada por los paganos romanos a los que Jesús será por fin entregado, siendo, así, expulsado del pueblo santo de Dios.

Octava estación: Pedro niega conocer a Jesús (Mc 14, 69-72)

Pedro tiene miedo y niega conocer a Jesús. En Getsemaní estaba como ausente, como despistado, pero ahora ve lo que va a pasar. Y no está dispuesto a arriesgar. Si lo relacionan ahora con Jesús, quizás termine compartiendo su misma suerte. La entrega de Jesús (generosidad) contrasta con la cobardía (reserva) de su discípulo. El que había sido testigo de la transfiguración y quiso evitar la cruz de Jesús, pone ahora todas sus fuerzas en evitar la propia. Un comportamiento muy humano pero poco fiel.

Novena estación: Jesús ocupa la plaza de Barrabás (Mc 15, 11-15)

El famoso escritor Paulo Coelho defiende que “Barrabás” significa “hijo del padre” (bar-abbá) y que Pilato, por tanto, no tenía elección. Hiciese lo que hiciese condenaría al hijo-del-Padre. En cualquier caso, Barrabás es la figura del culpable; y Jesús, el Inocente, ocupa su lugar. La libertad de aquél es a costa de la muerte de éste. Por eso Jesús obra en la cruz la redención: porque, siendo inocente, acepta ocupar nuestro lugar.

Décima estación: Los soldados hacen burla de la realeza de Jesús (Mc 15, 16-20)

Otro momento más de cruz: antes, la burla de los sacerdotes (14, 65) a propósito de su declaración como Hijo de Dios; ahora, la burla de los paganos por haber contestado afirmativamente cuando Pilato preguntó si era rey de los judíos. Es la humillación. El rechazo que siente Jesús es total: el de los discípulos, el de los representantes de Dios, el de los gentiles… Ciertamente, en estas condiciones, a Jesús sólo le queda morir.

Undécima estación: La crucifixión de Jesús en el Gólgota (Mc 15, 22-27)

El rey de los judíos aparece entronizado en el monte, entre el cielo y la tierra, entre dos ladrones a las nueve de la mañana. Antes, le han dado un vino amargo y le han despojado de sus vestidos, de su dignidad. A Jesús ya no le queda nada. Ha sido despojado de todo, con ensañamiento, con crueldad. Sólo esa estampa es capaz ahora de suscitar algún sentimiento de humanidad hacia el que tanto se ha abajado.

Duodécima estación: Jesús consuma su oblación y muere en la cruz (Mc 15, 33-37)

No ha habido ni un paso atrás. Un Jesús asustado y débil lleva a término su misión. Incluso en la agonía de la muerte continúa la burla iniciada antes. A Jesús sólo le quedaba el Padre, pero también de Él se siente abandonado. Es la total indefensión, la total desnudez y desposesión. Jesús siente que se enfrenta él solo a la muerte. Tres horas de tinieblas tiñen de luto la naturaleza. La muerte de Jesús tiene dimensión cósmica.

Decimotercera estación: El centurión confiesa que Jesús es el Hijo de Dios (Mc 15, 38-39)

Todo el evangelio de Marcos está dirigido al v. 39. La confesión de este hombre es central en la teología del segundo evangelio. Desde aquí se explica el secreto mesiánico que Jesús imponía a quien descubría su identidad. El velo rasgado expresa apertura de la salvación a los paganos. Es ahora cuando un pagano reconoce y confiesa a Jesús. La plenitud de la revelación de la identidad de Jesús sucede en su muerte en la cruz: Es el Hijo de Dios; y, por esta confesión, los paganos acceden a la salvación por Él obrada.

Decimocuarta estación: La tierra acoge el cuerpo muerto de Jesús (Mc 15, 44-46)

Un miembro distinguido del sanedrín se hace cargo del cuerpo de Jesús para enterrarlo. José no estaba de acuerdo con esta injusta condena y no ha podido evitarla. Ahora, hace lo que puede y lo que debe: envuelve el cuerpo de Jesús y lo pone en un sepulcro. Jesús estará en el lugar de los muertos, en la tierra que acoge, al final, a todos sus hijos. Vino a esta vida desde el seno de María y vendrá a la nueva vida desde el seno de la tierra.

Conclusión

Todo el camino de la cruz es camino de soledad y de abandono. La cruz adquiere verdadero sentido cuando es aceptada como ofrenda generosa de la propia vida. Y esa cruz de Jesús es el prototipo de la cruz de tantos inocentes que antes y después que él siguen siendo condenados bajo tantas honorables y aparentemente justificables formas. Dios continúa muriendo, también hoy, en las cruces de los inocentes. Pero la confesión del Jesús crucificado como el Hijo de Dios abre las puertas de la salvación a todos y cada uno.

JUAN SEGURA